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Formación

Cinco razones para fomentar el juego

Contrario a lo que algunos padres piensan, el juego libre es esencial y saludable, incluso en la preadolescencia y en la juventud, etapas en las que también es necesario disfrutar de tiempo suficiente y sin programación.

8 de junio de 2012

Es una realidad que los padres son bombardeados continuamente por mensajes que soportan la idea de que los buenos padres construyen activamente todas las habilidades y aptitudes que sus niños pueden necesitar desde la más temprana edad.

De esta manera, una vez los hijos dejan de ser niños y llegan a la etapa de la preadolescencia, los padres automáticamente se apresuran a que asuman roles de adultos, con el fin de prepararlos para el futuro, dándoles menos tiempo y libertad para darle continuidad a la exploración del juego e involucrándolos en un sinnúmero de actividades extracurriculares que generan presión por sobresalir.

Así lo explica Álvaro Sierra, médico y representante del Instituto de la Familia de la Universidad de la Sabana: “Los preadolescentes de hoy están viendo como el tiempo de ocio, antes libre de imposiciones, creativo y no sujeto a programaciones, se transforma en tiempo de negocio, diseñado por los adultos y siempre pensando en una supuesta "rentabilidad" a futuro. Así pensada, la actividad de tiempo libre es la muerte del ocio y por tanto de la imaginación, la creatividad, el libre compartir y la exploración de un mundo inmediato, pero desconocido y no domeñado.”

De esta manera, contrario a lo que muchos padres piensan, el juego libre es esencial y saludable, incluso en la preadolescencia y en la juventud, etapas en las que también es necesario disfrutar de tiempo suficiente y sin programación.

De acuerdo con el Instituto del Juego en Estados Unidos, algunas ventajas y beneficios que los especialistas resaltan del juego activo en la niñez y juventud son:

1- Conexión

Compartir alegría, risas y diversión con los demás promueve la unión de los pre-adolescentes con su entorno y refuerza el sentido de comunidad y sociedad. Mediante el juego las personas generan empatía, compasión, confianza, y la capacidad para relacionarse con sus compañeros y amigos.

2-Antídoto contra la soledad, el aislamiento, la ansiedad y la depresión

Cuando los pre-adolescentes juegan con emoción desencadenan la producción de una mezcla de endorfinas que les levanta el ánimo, los aleja del dolor, el miedo y otras posibles frustraciones propias de su edad.

A pesar de su empeño por buscar aislarse, cuando son motivados a jugar, ya sea con amigos o extraños, recuerdan que no están solos en este mundo, ya que se conectan con otros en formas agradables y significativas que destierran estos sentimientos negativos comunes en estas etapas de la vida.

3-Genera relaciones

El juego es una de las más efectivas herramientas para estrechar y mantener relaciones a mediano y largo plazo. Jugar con compañía y por diversión llena de alegría, vitalidad y genera relaciones de amistad duraderas en el tiempo.

El juego puede también curar resentimientos, desacuerdos y heridas. A través del juego regular los pre-adolescentes aprenden a confiar en otros, a empoderarse y a fortalecer su seguridad personal frente a la sociedad. La confianza les permite trabajar en equipo, abrirse y probar cosas nuevas.

4-Mejora destrezas sociales

Las habilidades sociales se aprenden en el dar y recibir del juego. La comunicación verbal y el lenguaje corporal, la seguridad y el peligro, la libertad y los límites, la cooperación y la tolerancia son descubiertos y practicados repetidas veces a lo largo de los juegos en la niñez y la adolescencia.

5-Cooperación

El juego es un poderoso catalizador para una socialización positiva. A través del juego, los pre-adolescentes ponen en práctica valores que se le han inculcado a lo largo de su infancia, trabajan juntos, son capaces de llegar a acuerdos en las reglas y socializar en grupos.

La evidencia muestra que el juego puede ser un antídoto a la violencia. De hecho, aquellos que evitan o nunca han aprendido a jugar pueden llegar a perderse en el mundo del miedo, la rabia y la preocupación obsesiva.