Foto: Archivo personal. La sangre de una empresa es su capacidad de generar efectivo y su solidez está representada en la suma de su remanente en caja, bancos e inversiones temporales. | Foto: Luis Alberto Arango

No reparta todas las utilidades

En la gran mayoría de empresas, repartir buena parte de las utilidades las deja en una posición débil ante crisis que deban enfrentar.

Luis Alberto Arango
2 de noviembre de 2010

Uno de los días más importantes para el accionista de una empresa es el de la Asamblea General, cuando entre muchas otras cosas se decide la repartición de utilidades. Sea la empresa grande, mediana o pequeña, las intrigas comienzan desde el año anterior proyectando cuánto repartir, en qué momento y tratando de entender –aunque no con mucha dedicación- lo que más le conviene a la empresa.

Llamadas van y vienen al Gerente General y a los miembros de Junta, quienes influencian con su recomendación el cuánto distribuir, a pesar de que la última palabra la tienen los accionistas.

Cómo es natural, si no hay utilidades no hay mucho que discutir. Pero cuando las hay, en la mente de los accionistas prevalece, por lo general, el objetivo de la justa retribución al capital invertido por encima de cualquier otra consideración. Y es allí donde la recomendación es no repartir toda la utilidad, en contra de los primeros deseos.

La sangre de una empresa es su capacidad de generar efectivo y su solidez está representada en la suma de su remanente en caja, bancos e inversiones temporales. En la gran mayoría de empresas, repartir buena parte de las utilidades las deja en una posición débil ante serias crisis que deban enfrentar. Y de paso las limitará para aprovechar velozmente oportunidades de expansión.

Ahora bien, si la empresa está en crecimiento lo que le hará falta es el efectivo, toda vez que al crecer aumentará el capital monetario representado en inventarios y cuentas por cobrar. Lo que significa que si el dinero se reparte vía dividendos, ese crecimiento será lento y difícil. Así que en muchos casos el haber repartido dividendos con holgura, termina siendo una pésima decisión financiera. Hacer lo contrario aumenta la capacidad de crecimiento. Y evidentemente, si hay rentabilidad, habrá entonces mayores utilidades y dividendos.

Viendo otro escenario, en estos tiempos difíciles para las compañías exportadoras, tendrán mayor posibilidad de sobrevivir las que tienen nichos especializados y las que en el pasado fueron precavidas al no repartir todas sus utilidades. Pues tener efectivo para soportar una crisis, es como encontrar un oasis en el desierto.

Por lo tanto, ejecutar una política de repartición de dividendos donde por ejemplo se reparta un 50% de las utilidades, y que además se acompañe de otra que proteja esa caja con el fin de no malgastarla en proyectos ineficientes o gastos inocuos, será siempre una decisión saludable. Hacerlo hará que en el mediano y largo plazo, la empresa enfrente fortalecida tiempos difíciles.

Si a lo largo de los años se ha establecido una fuerte posición en caja y se considera que ya es hora de repartirla, no hay razón para dejarla allí; salvo que existan proyectos de corto o mediano plazo en donde se logren rentabilidades mayores al costo de oportunidad del accionista. Si no existen tales proyectos, lo natural es entonces repartirla vía dividendos, recompra de acciones, descapitalizaciones u otras formas posibles, siempre y cuando se deje suficiente en caja para no debilitar la compañía.

No son pocos los casos que existen sobre compañías que han ejecutado exitosamente políticas restrictivas a la hora de repartir dividendos y los resultados no se hacen esperar: altos crecimientos, mayor generación de caja, sólida posición en el mercado y gran capacidad para sortear momentos de crisis. Por donde se vea, un mayor valor para los accionistas, quienes en la Asamblea General siempre tendrán la última palabra.

*El autor es el Presidente del Consejo Directivo del CESA.