Alejandra Corredor Melo. MBA de la Universidad de Chicago. Consultora y coach especializada en los retos que enfrentan los jóvenes profesionales.

Columnista

La importancia de llamarse Ernesto… y no Jeison

¿Alguna vez se ha sentido discriminado por tener un nombre poco común? O tal vez, ¿ha decidido contratar a alguien por tener un nombre más acorde con su empresa? Conozca la diferencia de tener un nombre común a no tenerlo ¿Acaso bullying laboral?

9 de octubre de 2014

Hace un par de semanas apareció en el Huffington Post el caso de José Zamora, un hispano desempleado en Estados Unidos, que presentó cientos de hojas de vida durante semanas sin recibir respuesta alguna. Siguiendo una corazonada, eliminó la “s” de su nombre y se convirtió en Joe Zamora.

Su suerte cambió de inmediato y las invitaciones a entrevista comenzaron a llenar la bandeja de entrada de su correo electrónico, a pesar de no haber hecho ningún cambio sobre su experiencia laboral o nivel educativo.

La tendencia automática es pensar que cosas como esa “sólo pasan allá”, porque acá somos diferentes: más humanos, más amables y más bacanes. La verdad es que no lo somos y el tema de la discriminación por nombre es tan frecuente, que incluso investigadores de la Universidad de los Andes hicieron un estudio al respecto.

Los hallazgos fueron coherentes con aquellos que han encontrado académicos de distintos países:
¿Sabía que un nombre peculiar restringe las oportunidades de obtener un empleo y también puede disminuir hasta un 20%, los ingresos de un trabajador con educación superior?

Sin embargo, el caso para las mujeres es el más crítico: una profesional calificada con un nombre nombre atípico, puede ganar hasta un 30% menos que una mujer de igual trayectoria pero con un nombre tradicional.

El estudio de la Universidad de los Andes encontró que los portadores de nombres no convencionales, al igual que sus padres, suelen tener un bajo nivel de escolaridad, una mayor probabilidad de vivir en zonas rurales y de pertenecer a minorías étnicas.

En un país con índices de discriminación racial y segregación tan altos, el nombre de un niño puede hacerle el camino muy difícil: el rechazo que sufre la persona no se limita a los empleadores, sino que comienza desde los colegios y se extiende en la edad adulta a colegas, vecinos y clientes. El adulto con un nombre inusual podrá enfrentarse a dificultades en la obtención de un préstamo, el alquiler de un inmueble e incluso podría pasar malos ratos en los puestos de inmigración, algo que sin duda se presenta como una línea de matoneo profesional y financiera, que debería obtener mucha más atención por parte de las organizaciones que protegen los derechos laborales.

Situaciones como estas han sido estudiadas en países como Suecia, Holanda, Alemania, España, Inglaterra e incluso Chile, en donde la Universidad de Concepción llegó a determinar los nombres más discriminados: Shirley, Yamileth y Sharon, así como Byron, Brian y Jason se llevan el desafortunado premio mayor.
 
Así las cosas, si bien es cierto que los padres tienen una responsabilidad adicional que tal vez no habían contemplado, que decidir el nombre de un hijo es una de las variables que jugará un papel fundamental en su éxito futuro y le asignará, por defecto, una serie de características que es mejor considerar, la verdad es que debemos empezar a revaluar la equidad que se brinda en el ámbito laboral para que sean las capacidades y habilidades las que determinen el futuro laboral de una persona y no su nombre.


Alejandra Corredor Melo. MBA de la Universidad de Chicago. Consultora y coach laboral. 

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1 (link: http://www.huffingtonpost.com/2014/09/02/jose-joe-job-discrimination_n_5753880.html)
2 http://economia.uniandes.edu.co/investigaciones_y_publicaciones/CEDE/Publicaciones/documentos_cede/2007/Las_consecuencias_economicas_de_un_nombre_Atipico._El_caso_colombiano