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Columnista

La fidelidad exige un cambio

Equilibrar liderazgo y gestión, los dos grandes desafíos del Papa Francisco.

14 de marzo de 2013

Hemos asistido a la elección del nuevo Papa con una mezcla de sentimientos: respeto, curiosidad, admiración y no cierta dosis de compasión, porque lo que el nuevo Papa tiene que enfrentar puede con razón asustar a más de uno. Ha sido sorprendente observar la expectación que ha levantado la elección del Papa en todo el mundo, entre católicos y los no católicos, que se evidenciaba en las redes sociales, con comentarios y muestras de emotividad y reacciones similares al ritual del sorteo de Champions League o al resultado de la lotería de Navidad.

Ayer comenté en mi twitter (@pabloalamo) que el nuevo Papa iba a ser el gerente con la responsabilidad más grande del planeta. Así lo sigo pensando hoy. Sobre sus hombros ha caído un peso enorme, el de mantener viva y fecunda la fe de más de mil millones de personas, limpiar las manchas de la Iglesia como institución y corregir desviaciones y errores centenarios, tarea nada fácil para una organización que tiene miedo al cambio, una resistencia impresionante a la posibilidad de equivocarse emprendiendo nuevos rumbos.

Nadie se esperaba la elección del cardenal Bergoglio. Fue una gran sorpresa. Las primeras imágenes de él nos muestran a una personalidad tímida y a la vez cercana y sencilla, que vive en un apartamento pudiendo vivir en un palacio, que lleva una cruz de hierro pudiendo llevarla de oro, que utiliza medios de transporte públicos cuando podría ir en coche privado con chofer, entre otros comportamientos que evidencia una vida austera. Estos gestos, si se institucionalizan, pueden marcar una revolución sin precedentes en la Iglesia católica, donde había calado la idea de que la Iglesia, al ser una institución también civil y el Vaticano un estado, debían respetar algunas lógicas del mundo y del poder, para hacerse respetar y poder así dialogar e influir mejor en este mundo. De esta línea es el cardenal Sodano, entre otros, seguramente con la mejor de las intenciones.

A propósito de la elección del nuevo Papa, considero importante recordar que liderazgo y gestión son dos sistemas de acción complementarios y distintos. Como bien explica Johnn Kotter (Harvard Business Review, 2005, Vo. 83, n°11), el liderazgo, que no tiene nada místico y misterioso, es distinto de la gestión. Un líder no tiene que tener necesariamente carisma o un rasgo de la personalidad exótico. Ser líder no es un don para unos pocos elegidos.

El gran desafío el Papa Francisco es equilibrar liderazgo y gestión, algo que está en la esencia de la misión un Papa. Benedicto XVI se dio cuenta de ello y por eso, al no sentirse capaz y con fuerzas de ser gestor, renunció. Respetar ambas lógicas, ser líder y ser un gerente, con sus funciones y características distintas, son los dos grandes desafíos del nuevo Papa. Algunos autores hablan de que el liderazgo es más importante que la gerencia y no estoy de acuerdo. Depende para qué. El liderazgo no es necesariamente mejor que la gerencia ni tampoco pueden erigirse en sustitución de ella. Ambas alas, liderazgo y gerencia, son necesarias para que el Papa pueda cumplir con su misión. Un liderazgo fuerte con una gestión débil no es suficiente en un entorno cada vez más incierto y complejo, donde la Iglesia es mirada con lupa.

El Papa Francisco tendrá que ocuparse de afrontar la complejidad y el cambio. Por un lado, la complejidad, que se aborda principalmente con una gestión eficiente y socialmente responsable, donde la búsqueda de la calidad y la excelencia deben ser una prioridad. La Iglesia pierde prestigio y autoridad, y se aleja del mundo actual, cuando permite la mediocridad en la gestión, cuando en su actuar ignora criterios profesionales. El modelo de comparación no puede ser las instituciones políticas llena de intereses partidistas, porque la Iglesia es universal, ni los gobiernos corruptos, porque se presenta al mundo como esposa de Cristo, sino las organizaciones que hacen las cosas bien. Porque hacer las cosas bien, es posible, aunque implica muchas veces decisiones dolorosas.

Por otro lado, el Papa tendrá también que enfrentar el gran miedo de la Iglesia: el cambio. Éste se afronta con el liderazgo. La gestión por definición es enemiga del cambio. La gestión busca certezas y resultados seguros y ciertos. El cambio y la innovación te sumergen en una realidad muchas veces incierta. La mayoría de las multinacionales, y la Iglesia no es una excepción, pecan de exceso de gestión y falta de liderazgo. Los verdaderos líderes son aquellos que saben enfrentar el cambio, incluso lo provocan y lo potencializan. Siendo la institución que más cambios radicales ha propuesto al hombre en la historia de la humanidad, por un exceso de gestión, la Iglesia se fue llenando de miedos y concretamente de miedo al cambio, de miedo a perder sus privilegios, su poder e influencia. Y miren qué ha pasado… ¿Podemos decir que ha conseguido su propósito? El miedo nunca te ayuda a alcanzar tus objetivos.

Ante el desafío del cambio, pienso que los católicos pueden sentirse esperanzados y llenos de optimismo con la elección del nuevo Papa. Algunos comentaristas se han mostrado escépticos aludiendo a la avanzada edad del cardenal Berdoglio. Parten de la premisa, indemostrable, que sólo un Papa joven y vigoroso, iba a poder liderar un cambio profundo. No comparto esta crítica. Indudablemente la juventud ayuda, pero no creo que sea lo fundamental.

La capacidad de cambio no siempre va unida a la edad. Que se lo pregunten a Moisés, Nelson Madela o Mahatma Gandhi. Cualquier edad es buena para cumplir con la obligación, con lo que te dice la conciencia, con la misión. Se requiere de actitud y visión. El cambio es antes que otra cosa una experiencia espiritual, interior, que te empuja a tomar decisiones valientes. Lean estas palabras del nuevo Papa: “Nuestras certezas pueden convertirse en un muro, en una cárcel que aprisiona al Espíritu Santo. Quien aísla su conciencia del camino del pueblo de Dios no conoce la alegría del Espíritu Santo que sostiene la esperanza. Es el riesgo que corre la conciencia aislada. De aquellos que desde el mundo cerrado de su Tarsis se quejan de todo o, sintiendo su propia identidad amenazada, emprenden batallas para sentirse más ocupados y autorreferenciales. (…) Parece una paradoja, pero precisamente porque permanecemos, porque somos fieles, cambiamos. No permanecemos fieles, como los tradicionalistas o los fundamentalistas, a la letra. La fidelidad es siempre un cambio”.

Un líder que ha escrito estas cosas, que está convencido del peligro de los fundamentalismos, y que piensa que la Iglesia es el Pueblo de Dios que peregrina hacia el Cielo, y que en ese caminar va evolucionando y cambiando, puede llegar a ser una auténtica revolución.

PABLO ALAMO HERNANDEZ
TWITTER: @pabloalamo